«Un poema se hace con palabras, no con
sentimientos. Son palabras que se juntan y significan de golpe lo que uno lleva
dentro», y lo dice alguien que sabe y que ha demostrado, desde sus primeros
versos, que sabe cómo decirlo.
Antonio Carvajal nació en Granada lo que, si nos fiamos por
una vez de las estadísticas, es una tierra donde la belleza tiende a expresarse
a través de la poesía en particular y de la literatura en general.
Más que una leyenda urbana es una realidad constatable.
Cualquiera que vaya caminado por sus maravillosas calles y le dé una patada a
una piedra verá salir decenas, centenas, miles de poetas.
Esto puede considerarse “normal” si tenemos en cuenta que
hoy en día hasta las celebridades de la farándula piensan en algún momento de
sus vidas escribir un libro, como quien va de compras o por el mero hecho de
que aprendieron —no demasiado bien— el alfabeto en la escuela.
Lo que sigue siendo un misterio es que de una sola tierra
puedan salir genios como Federico García Lorca,
Rafael Guillén o Luis Rosales, para nombrar sólo a los más conocidos
porque si tenemos que recordar a otr@s cuyos nombres no son están tan
extendidos, la lista sería interminable.
Sin embargo no queremos dejar pasar la oportunidad para dejar
escritos algunos, por motivos literarios pero, también, definitivamente
personales, si es que no es lo mismo. Poetas como Antonio Dafos, Juan Carlos
Friebe (gracias a quien conocimos a Antonio Carvajal cuando este acababa de
dejar la Cátedra García Lorca y el primero organizaba sus maravillosos
encuentros en la Biblioteca Pública de Andalucía en Granada), Ángel Olgoso
—seguro que pensaban que era sólo el mejor escritor del mundo de relatos—,
Alejandro (Pepo) Pedregosa… y un largo etcétera que recomendamos leer en el
blog de otro poeta y editor, Fernando
Sabido.
Tigres en el jardín
Como un ascua de odio te hemos visto en la aurora,
como un trigal de cielo derramado en la vega,
y hemos sorbido el agua que tu contacto dora
y ese aroma de rosas que nos cerca y anega.
En este huerto el lirio es feliz. Sólo implora
libertad nuestra sangre, mientras la nube llega,
se riza y, leve, pasa. Da el chamariz la hora,
y el gozo de la sombra, como un rencor, nos niega.
Solos entre las dalias, entre cedros y fuentes,
tanto nos asediamos que nos cala hasta el hueso
este amor sin futuro y esta luz de los dientes.
Tigres somos de un fuego siempre vivo e ileso,
y te odiamos por libre, recio sol, mientras puentes
de plata ha levantado la muerte a nuestro beso.
© Antonio
Carvajal
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